A mi padre, a quien más admiro y quien más me ha ayudado a acoger la realidad como es. Te quiero mucho.
Hay días en los que uno está ofuscado. En mi caso, sin embargo, la cosa va por semanas. Mis pobres padres, mis hermanos, mis amigos y hasta el dependiente de la gasolinera lo sufren sin merecerlo y me salvan –claro que mi corazón pequeño sólo puede comprender esto a toro pasado– con su paciencia y misericordia. Bueno, pues esta semana he estado ofuscado. El por qué las “cruzadas de cable” me duran semanas enteras y no sólo unos minutos u horas, como a todo hijo de vecino, es un tema que yo también me pregunto. Como diría el bueno de Aznar: estamos trabajando en ello.
Lo que sí he logrado sacar en claro –muy a grosso modo, todo sea dicho– es la causa de mi entrar en barrena de tanto en cuando, que no es otra que mi tendencia de pedirle a la realidad que sea como no es. Tantas y tantas veces, ante decenas de situaciones aparentemente inconexas entre sí, nace en mí una resistencia profunda y enquistada ante lo real. Surge entonces la tentación de manosear, de manipular, de controlar. La idea de que mi versión alternativa de la realidad es mucho mejor empieza a tomar forma y poco a poco se hace fuerte en la plaza de mi corazón. Es una huida seductora, no puedo negarlo. Los descosidos de las personas, de las relaciones y de las situaciones de la vida se presentan demasiado evidentes y lacerantes, y lo que empezó como un susurro provocador ha mutado en una certeza aparentemente imparable: las cosas deberían ser de otra manera.
De pronto nace en mí un híbrido entre Tarantino dispuesto a producir su mejor guión y un intervencionista convencido; “voy a cambiar esto”, me digo. Hay que ser zote. Fantaseo e idealizo, me embuclo y me ahogo. Pues claro, hijo mío, pues claro. Me lanzo a construir castillos en el aire y olvido que sólo en el sustrato de lo real podrán florecer mis anhelos más profundos.
Lo que pasa es que, misteriosamente, inmerecidamente, la salvación llama a la puerta. La enésima mirada de perdón, un verso de la Escritura, un mensaje cañero que te devuelve a la tierra y la experiencia de la Belleza ante una mesa bien puesta o un atardecer son algunos de sus disfraces. En alguien o en algo, Alguien sale a tu encuentro y te rescata de ti mismo. De manera sigilosa e inesperada el corazón se desembota y vuelve en sí invadido por, esta vez sí, una certeza verdadera: la realidad es maravillosa así. No necesita de mis ajustes, ni de colorantes, ni de giros de guión. La realidad no necesita nada. De hecho, lo real es infinitamente más rico, más extraordinario y más apasionante que cualquiera de mis fantasías sobre lo que lo real debería ser.
Hoy (domingo) la salvación, el Salvador, me ha visitado en forma de canción. Lo hizo también en el verano de 2020, cuando volvíamos al Puerto de Santamaría en la furgoneta de Solete tras haber visitado Tarifa. La misma canción, el mismo estribillo y la misma paz en el corazón. Hay Encuentros que suceden en el tiempo pero que por su trascendencia lo superan de forma inexplicable, y aún siendo pretéritos envejecen siempre en presente. Luces que se encienden en la horizontal del cronos y que perduran como faros inapagables en la vertical del kairós, como refugios a los que volver y, al mismo tiempo, como camino por andar y descubrir. Hermosura tan antigua y tan nueva, que diría san Agustín.
Dani Martín, Emocional, y dejar a las cosas pasar y que digan su nombre.
Eso es lo que mi corazón anhela profundamente: que la realidad sea y se despliegue ante mí y que mi corazón sea lo suficientemente libre, alegre y desprendido para poder surfearla disfrutonamente. Que las cosas pasen y que digan su nombre, y poder contemplarlas asombrado y agradecido por el regalo inmerecido que se esconde en ellas. Ese y no otro es mi deseo, si soy radicalmente sincero conmigo mismo. Es más, percibo –sin saber comunicarlo del todo– que es mucho más potente y verdadero en sí mismo mi deseo de acoger la realidad tal cual es que la incomodidad que puedan producirme sus flecos. Tiene más entidad. Ontológicamente es más poderoso ese deseo que el de querer que lo real se adapte a mis esquemas. Aunque pueda caer en la tentación de quejarme y fantasear, siempre prevalece con más potencia el anhelo de ser libre en lo que hay, aunque implique el proceso doloroso de ser purificado.
Y creo que en el fondo todos queremos esto. Si nos paramos a escuchar nuestros deseos más profundos todos suspiramos por un corazón libre y por historias reales, no manufacturadas. Todos estamos cansados de ponerle nombre a las cosas. Nombres que, por otro lado, ya tienen. Todos estamos fatigados de tratar de manipular la realidad a nuestro antojo, de inventarnos el guión, de construir en lugar de acoger. Todos, creo, soñamos con relajar los hombros y fluir en la realidad, en la vida, como pez en el agua. Quizá estoy proyectando sobre ti mis miserias en una estéril forma de autoconsuelo, pero hay algo –Alguien– que me dice que no es así. Hay Alguien que me dice que tú también necesitas un rescate de ti mismo, de tus planes, de tus castillos en el aire.
Aunque me ofusque y le de la espalda a los faros de Luz que pueblan mi memoria, mi corazón sigue muriéndose por una historia verdadera, real. Por una vida genuina, por una espontaneidad radical, por una acogida permanente y suicida. Y lejos de ser ideal, algo me dice que este deseo es lo más real que hay. Que se puede, es más, que estamos llamados a bailar el tango de la vida con asombro y gratitud, también ante aquellas aristas de la misma que puedan aparecer ante nuestra desentrenada mirada como taras, como defectos de fábrica soslayados por un Creador desidioso y descuidado.
Pronto me doy cuenta, sin embargo, de que es precisamente en esos descosidos donde se ensancha el espacio de mi tienda (Is. 54,2). Es justo ahí, en el encuentro entre mi prejuiciosa desconfianza y lo que me chirría de lo real, donde soy salvado. Es entonces cuando el Espíritu entra en mi tiniebla y la ilumina, regando mi rígido corazón de piedra con la Sangre que da Vida. Es entonces, en definitiva, que lo que era lugar de muerte es restaurado como pendón de salvación y lo que estaba mal en el mundo pasa a revelarse como sacramento de la mano amorosa y providente de un Dios que es Padre y que dispone todo para el bien de los que le aman (Rm. 8,28).
No nos engañemos: me cuesta y lucho, y si me lees y esta semana me has sufrido te pido perdón desde aquí. Padres, hermanos, amigos: gracias por vuestra paciencia salvífica, gracias por devolverme a la casilla de salida cuando me pierdo en fantasías.
Con muchísimo cariño,
Nacho
Top!! A mi me ayuda mucho la frase : Nunc Coepi